"Soy partidario de entrar en las obras de los escritores con sus registros menos obvios": Ignacio Echevarría
El mejor libro para empezar a leer a un gran escritor no siempre es su obra más emblemática y conocida que suele echar a mucha gente para atrás. Es más, lo mejor es hacerlo con alguno de sus libros menos conocidos, entrar por una puerta más discreta, pero tan importante como la más grande. “Hacerlo sigilosamente, tanteando el terreno, cobrándoles primero el pulso en los registros menos obvios, más desatendidos. De otro modo, el brillo de la obra maestra eclipsa todo lo demás. Si uno se propone leer a Thomas Mann, quizá mejor que empezar por La montaña mágica esté hacerlo por sus relatos, por ejemplo; o por una novela corta como Mario y el mago o La muerte en Venecia”.
Quien hace esta recomendación es Ignacio Echevarría (Barcelona, 1960), uno de los críticos literarios más respetados de España y América Latina. Sabe de lo que habla, no solo por lo que ha leído y por su conocimiento profundo de la obra de un autor, sino porque es un enamorado de la mejor literatura y, como tal, lo que más le interesa es que más gente sienta lo que él siente mientras le da elementos para analizar la obra.
Echevarría lleva tres décadas en la crítica literaria; desde hace varios años en la revista El Cultural, vinculada ahora al periódico digital El Español, pero se dio a conocer a nivel panhispánico y fortaleció su reputación en el suplemento Babelia, del diario El País, entre los años noventa y comienzos de este siglo.
El nivel alcanzado. Notas sobre libros y autores extranjeros (Literatura Random House) es la penúltima prueba de lo anterior: un volumen que reúne 43 textos (críticas, reseñas, prólogos a libros y conferencias sobre autores diferentes al idioma español). Una labor enriquecedora para el lector sobre la cual Ignacio Echevarría reflexiona por correo electrónico.
Pregunta. ¿Tiene algún ‘libro-autor-pecado inconfesable’ por el cual sienta alguna debilidad, aunque no encaje dentro de sus criterios?
Respuesta. Bueno, en algún lugar del libro hablo de mi afición por los escritores antipáticos, severos, que se esconden tras una máscara imponente. La literatura alemana está llena de ellos. El modelo de Goethe causó estragos allí. El ya mencionado Thomas Mann o Ernst Jünger me sirven de ejemplo. Me gusta descubrir en ellos la humanidad reprimida, sondear las razones de su máscara. También siento afición por los escritores “peligrosos” (el mismo Jünger o Céline, por ejemplo), que te obligan a colocarte en lugares incómodos y a cuestionar tus puntos de vista, o simplemente defenderlos de ellos. Me gusta ser conquistado antes que seducido por los escritores.
Pregunta. ¿Hay algún libro que haya leído de joven y al volverlo a leer le haya decepcionado o, por el contrario, mejorado la opinión?
Respuesta. Me temo que sí. En los dos sentidos que apuntas. Releer es releerse, de ahí que sea una actividad apasionante. Vivian Gornick acaba de publicar un ensayito estupendo sobre eso, Cuentas pendientes. Es un tópico hablar de los escritores que encienden los fervores juveniles y que no resisten las relecturas de madurez: Gide, Hesse, Miller. A su modo, Camus. Pero uno se lleva sorpresas. Por lo demás. La experiencia me ha enseñado que se lee muy distintamente según la edad que haya alcanzado. Hay libros que son incomprensibles para un lector joven, pues discurren sobre vivencias que sólo el tiempo ilumina. Y libros incomprensibles para lectores de cierta edad, que desconocen por completo la nueva sensibilidad desde la que se articulan. Debería haber guías de lecturas por franjas de edad. Cualquier día me pongo a proponer una.
Pregunta. ¿El crítico debe criticar o censurar las lecturas del lector?
Respuesta. Ninguna de las dos cosas, no tiene por qué. El crítico es un lector que se lee a sí mismo. Que analiza las reacciones que un libro determinado le ha provocado, y que a la luz de ellas propone su propia idea sobre el valor de ese libro. Es un error pensar que el crítico es un lector interpuesto, que es un intruso en la relación natural que un lector común tiene con el libro que lee. No es así. El crítico tiende más bien a implementar la experiencia de la lectura. A dilatarla. Distinto es el caso del reseñista, que a menudo cumple el servicio de incentivar la lectura, o de disuadirla. Que cumple una función orientativa. Pero eso es otra cosa.
Pregunta. En el artículo Eliza, vida mía, sobre Lawrence Sterne y su Diario para Eliza, habla sobre ciertos prejuicios de la sentimentalidad y el amor, ¿dónde estaría la frontera entre un texto de amor bueno y uno deficiente? ¿O estamos más llenos de prejuicios y paralizados frente a lo que se puede considerar cursi?
Respuesta. El amor es el Gran Tema de la literatura, quién podría negarlo. Hay una máxima de La Rochefoucauld que dice que muchos no sabrían lo que es el amor si no hubieran oído hablar de él. Así es. La novela moderna actuó como dispositivo divulgativo de una sentimentalidad que ella misma contribuyó a imponer. Somos hijos del romanticismo a través de las novelas, de las narraciones, de la poesía romántica. El romanticismo, de hecho, conformó nuestra sentimentalidad hasta el presente. Es difícil sustraerse a sus patrones, que siguen funcionando. Lo que yo trato de decir en ese pasaje que citas es precisamente que la herencia romántica nos ha inoculado una visión solemne, patética, trágica del amor. Pero el amor está lleno de cursilería, de diminutivos, de niñerías. Esa faceta no emerge en el amor romántico y nadie se atreve a abordarla. Pero quien acertara a hacerlo estaría renovando sustancialmente el cliché romántico e imponiendo lo que de verdad ocurre en el lenguaje amoroso de las parejas.
El nivel alcanzado. Notas sobre libros y autores extranjeros. Ignacio Echevarría (Literatura Random House).