Las distopías sobre biotecnología alertan de su evolución acelerada y los dilemas éticos

Varias novelas recientes recrean un futuro que está más cerca de lo que parece en un momento álgido ante la espiral de avances médicos y de la inteligencia artificial. Elementos cruciales en el desarrollo de la salud, la ciencia, la biotecnología y la eugenesia. Lo exploran autores como Ignacio Ferrando y Diego del Alcázar Benjumea
Detalle de la portada de la novela 'La genética del tiempo', de Diego del Alcázar Benjumea.
WINSTON MANRIQUE SABOGAL  06/10/2023

¿Por qué la tentación de jugar a ser Dios? ¿Para qué acabar con la diversidad de las personas? ¿Por qué insistir en la perfección humana a ultranza? ¿Qué hay detrás del deseo de trascender? Son algunas de las preguntas que palpitan en las novelas distópicas biopunk que confrontan a los lectores con el debate de los límites de la ética sobre manipulaciones del cuerpo humano, el ADN y la inteligencia artificial. Una de las primeras en lanzar los interrogantes y alertar sobre estos dilemas fue, en 1818, Mary Shelley con Frankenstein o el moderno prometo. Entre los autores contemporáneos recientes están el Nobel de Literatura Kazuo Ishiguro, con Klara y el sol (2021), y antes con Nunca me abandones (ambas en Anagrama) y, entre los españoles, Ignacio Ferrando con El rumor y los insectos (Tusquets) y Diego del Alcázar Benjumea con La genética del tiempo (Espasa).

Estos libros llegan en un momento álgido ante la espiral de avances médicos y de la inteligencia artificial, cruciales en el desarrollo de la salud, la ciencia, la biotecnología y la eugenesia.

El poshumanismo literario biopunk va al centro de las preocupaciones existenciales y filosóficas sobre el ser y el Tiempo. Bajo el escudo del deseo de trascender y del perfeccionamiento de la especie, los escritores usan un componente excepcional del ser humano y no manipulable, al menos hasta la fecha, genéticamente: los sentimientos y las emociones. Lo usaron clásicos Aldous Huxley en Un mundo feliz, de Algous Huxley, y Philip K. Dick en  ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?.

Y está en el debut novelístico de Diego del Alcázar Benjumea (Madrid, 1984). El autor trata el tema de la edición genética y plantea un dilema ético “sobre los desafíos a los que nos aboca la evolución acelerada de la tecnología si la utilizamos de forma irresponsable”.

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Sobre esa carrera emprendida por la humanidad, Kazuo Ishiguro (inglés de origen japonés, 1954) explora la penúltima frontera: biotecnología, robots e inteligencia artificial. El Nobel ha lanzado varias preguntas: “¿Hay algo más allá de los datos y robots que se puede cartografiar con la tecnología? ¿Hay algo especial dentro de cada uno de nosotros que hace que los humanos seamos especiales? ¿Qué significa que el ser humano ame a otra persona? ¿Somos únicos de una manera especial? ¿Somos irremplazables o reemplazables?”.

En ese territorio, Ignacio Ferrando (Asturias, 1972) creó su thriller El rumor y los insectos con carga filosófica, donde reflexiona sobre los límites de la convivencia entre humanos y robots que parecen personas. “Estamos destruyendo lo que somos, realmente, y adaptándonos al envase que quieren para nosotros. Esto puede producir un solapamiento entre esas inteligencias artificiales o esos modelos predecibles de lenguaje y comportamiento y lo que somos realmente. Es algo peligroso si no somos capaces de tomar las medidas”, comenta Ferrando, jefe de estudios del Máster de Narrativa de la Escuela de Escritores de Madrid, donde, además, imparte talleres de novela, relato y lectura crítica.

Dilemas de un mundo no tan utópico

El escenario de La genética del tiempo es el año 2072, un mundo no tan utópico como parece. En forma de thriller, Diego del Alcázar va de un presente futurista de Sofía, la protagonista, al pasado de sus orígenes, cuando su abuela instauró buena parte de las bases del mundo que vive: Sofía ha reconvertido la casa medieval de sus abuelos en la sede de GENE, un colegio para adolescentes genéticamente editados que tienen cocientes intelectuales superiores a la media.

Uno de los objetivos fundamentales del centro es ayudar a los alumnos a resolver un gran dilema ético que se plantea la sociedad de la época: ¿cuáles son las consecuencias de que seamos capaces de modificar el código de la vida, el ADN, a nuestro antojo?, ¿debemos jugar a ser Dios?

"El ansia del ser humano por jugar a ser Dios es solo un ejercicio de evasión", afirma Diego del Alcázar. El escritor reflexiona: "Nuestra sociedad es capaz de los más alucinantes avances tecnológicos, descubrimientos científicos y demás disrupciones, pero se siente frustrada, pues todavía no es capaz de responder las preguntas fundamentales: ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? Ante esta incertidumbre el ser humano se evade tratando de huir de la única verdad que conoce: la muerte. A medida que la ciencia nos permita modificar artificialmente la naturaleza humana, las personas nos vemos tentadas a usar dichos avances para acercarnos, aunque sea de forma artificial, a la entidad que postulamos como dios, y así sentirnos un poco más cerca de esas preguntas fundamentales que por el momento siguen no teniendo respuesta".

Sobre los principales dilemas éticos de este poshumanismo biotecnológico Diego del Alcázar considera que "el dilema principal al que la sociedad se enfrenta con el posthumanismo es la preservación de la naturaleza humana. Si podemos mejorar nuestra especie, ¿por qué no hacerlo?". Explia que con la edición genética se tendría la herramienta para poder mejorar artificialmente la naturaleza humana y, añade el escritor, "aunque en ese camino podemos hacer mucho bien al curar infinidad de enfermedades, tendremos que ser capaces de trazar la línea, a veces finísima, a partir de la cual no queremos usar dichas biotecnologías, aunque la tentación será casi imposible de sobrellevar".

Viaje a La genética del tiempo

La genética del tiempo rinde homenaje y tiene ecos de la película Gattaca (1997), un clásico contemporáneo de la ciencia ficción, dirigido por Andrew Niccol, protagonizado por Ethan Hawke, Uma Thurman y Jude Law, sobre una sociedad biopunk de personas concebidas con planes de eugenesia.

Diego el Alcázar Benjumea cree que los creadores de Gattaca, cuando se rodó la película, no eran conscientes de lo rápido que avanzaría la biotecnología. Explica: "No es que hoy estemos más cerca de tener seres humanos editados (una élite de primera) o no editados (una élite de segunda), lo que seguro estamos más cerca de lo que nos pensamos es de hacernos esas preguntas antes de que sea demasiado tarde, porque la realidad científica ha ido más rápido de lo que pensábamos. Otra novela que fue de gran inspiración, en referencia a las élites de primera o segunda, es Un mundo feliz de Aldous Huxley, con los alfa, beta…".

Diego del Alcázar Benjumea, CEO de IE University, fundador de The Global College y co-fundador de la junta directiva de South Summit, encuentro de innovación y startups anual en Europa y América Latina, deja entrever su mundo distópico en este pasaje que mezcla ciencia, emociones y comportamientos humanos:

“Mientras repasaba las cosas que necesitaba hacer antes de volar, le asaltaron los recuerdos: cuando fundó Gattaca, tenía como propósito utilizar la ciencia para curar enfermedades de origen genético, por eso dio fondos a la universidad de Shu. En cualquier caso, tenía que enterarse bien de qué riesgos había asumido con esa modificación, puesto que ella era muy consciente de que el doctor todavía estaba lejos de estar preparado científicamente para traer al mundo a esos dos bebés.
(…)
Mercedes se sabía prisionera de su trabajo. Su vida era la ciencia, Gattaca. El éxito y el fracaso, en su caso, no eran ‘grandes impostores’, como en aquel poema de Kipling que tanto le gustaba. La imagen que proyectaba hacia Clara y el poco tiempo que le había dedicado —y que la martirizaba— le habían generado una enorme frustración. La joven nunca había sido suficiente para ella. Quiso convertirla en una mujer fuerte, independiente, exitosa..., pero no reparó en sus necesidades más profundas, no trató de comprender quién era su hija en realidad. La corroía pensar que no se había percatado de su constante necesidad de ser querida y protegida. Clara ya era una joven adulta y escapaba a su control irremediablemente. El tiempo que nunca le brindó perdido estaba, como la niebla que desaparece al irrumpir el sol. La mataba pensar que cuando esnifaba una raya lo hacía pensando inconscientemente en el daño que le haría a su madre, en cómo con ese polvillo venenoso era capaz de olvidarla, y mientras creía que la olvidaba, la tenía más presente que nunca. Su cerebro era un enjambre, un avispero. Cerró los ojos hasta que llegaron al aeropuerto”.