El poliamor de los géneros musicales en el éxito de las canciones actuales
El mestizaje, la multiculturalidad y la hibridación de géneros es una de las características principales de las artes en el siglo XXI, como gran vía de exploración y renovación. Nada es puro. Muchas obras ya no son identificadas bajo una sola etiqueta, y algunos creadores aspiran al artista total o integral. Y la música es uno de los ejemplos más reconocibles de esta tendencia poliamorosa de géneros inspirada, muchas veces, desde lo regional, que hoy se escucha en artistas como Taylor Swift, Bad Bunny, Rosalía, Shakira, Maluma, C. Tangana, Los Planetas con Niño de Elche, Peso Pluma, Karol G, Anitta, Silvia Pérez Cruz, Ozuna, Sebastián Yatra, Quevedo, Lola Índigo, Baiuca y muchos más.
Sus canciones son un maridaje que va del country y el rock al reguetón, pasando por el hip hop, el trap, el flamenco, la bachata, el merengue, la música de banda, el corrido tumbado, la electrónica, el pop, el mariacheño, la cumbia… Las influencias latinas son muy fuertes a nivel mundial. Parte de todo eso se verá en Sevilla, el 16 de noviembre de 2023, en la ceremonia de los 24º Premios Grammy Latinos, que se entregan fuera de Estados Unidos, por primera vez.
La música siempre ha sido mestizaje, es su ADN. Nace como imitación a los sonidos y melodías de la naturaleza, hasta ir creando su propio universo sonoro, ayudada por el uso de diferentes instrumentos de diversos materiales y lugares.
Aunque cada género musical siempre ha surgido de la mezcla e inspiración de otros, desde el blues hasta el reguetón, es a finales del siglo XX cuando se abre la puerta a la penúltima revolución con la popularización de las llamadas World Music.
Los artistas de occidente, al menos, redescubren o descubren otros géneros, ritmos, estilos y sonidos musicales de diferentes procedencias y culturas, llenos de mestizajes en múltiples ámbitos que los inspiran para enriquecer y rejuvenecer los géneros tradicionales.
La composición entra en una especie de escenario de carnaval musical donde no hay prejuicios y todo es válido. Ya en los años setenta, en el Nueva York más urbano y callejero, surge uno de los géneros que más va a influir en las futuras músicas: el hip hop, o rap.
Entre la acogida de las músicas del mundo y la popularidad del hip hop, los artistas se animan, desde finales de los años ochenta, a la actualización o modernización de las músicas criollas o regionales con toques foráneos de su hábitat. Es una renovación de lo propio y tradicional, normalmente desdeñado por los jóvenes, con tintes contemporáneos.
“Hay una vuelta a la raíz más folclórica dentro de la corriente contemporánea y una búsqueda por recuperar la parte más orgánica y sencilla y transformarla a los colores más actuales”, ha dicho la cantautora madrileña Travis Birds.
Una de las pioneras de esa ruta la hizo en España Martirio, desde los años ochenta. Luego, en los noventa, artistas como Bunbury. Hoy la siguen nombres como Tanxugueiras o Rosalía, con sonidos más transnacionales.
Martirio reconoce que al principio fue muy incomprendida: “porque se me ocurrió tocar el punto de la copla que era bastante intocable en ese momento. Me gustaba, y pensé que por qué no podía unir a Lou Reed con Concha Piquer. Juntar la tradición y la vanguardia. Era una época de mucho color”, dijo en un evento sobre la evolución de la cultura, en Ámbito Cultural.
En América Latina, uno de los primeros en buscar ese mestizaje fue el colombiano Carlos Vives. Incorporó instrumentos, sonidos y bases del rock electrónico a un género tan tradicional, y que se creía intocable, como el vallenato. Su impacto llegó hasta España donde llenó conciertos y fue noticia en los medios de comunicación llegando a ser portada del suplemento Tentaciones, de El País. Luego fue el turno de artistas mexicanos como Julieta Venegas y otros que reinterpretaron los sonidos más típicos de su país.
Con el siglo XXI crece el descarado reguetón. Es el penúltimo género global que ha impregnado, poco a poco, a los demás artistas y músicas porque conecta con las generaciones más jóvenes. Bebe de diferentes géneros, del hip hop a la balada, con sus letras crudas, de denuncia, soeces o románticas, o todo a la vez.
Son músicas que cada vez es más difícil de etiquetar bajo un solo nombre. Rompen las fronteras de géneros reconocibles en el imaginario.
Rosalía triunfó, en 2018, con el álbum El mal querer, que va del flamenco al trap. Y en 2022, con Motomami, creó un prisma de canciones; además de que una noche, en pleno concierto, sorprendió con una fusión que va del mambo al merengue electrónico con su éxito Despechá.
Cada música refleja su tiempo y generación. Y esta es la que tiene acceso a todo, lo cual permite la transculturalidad y la transversalidad a las nuevas generaciones, que están reinventando la música al abrazar y combinar géneros y estilos impensables para crear sonidos nuevos más acordes a sus sentires.
Esa tradición mezclada y rejuvenecida con modernidad “gusta porque, al final, todos nos sentimos conectados con la tierra, con nuestras raíces. Las músicas de raíces están todas conectadas porque tienen un hilo invisible que las une. Como a todo el mundo le gusta sentirse en casa y volver a casa la tradición es algo que siempre vas a sentir tuya”, dijo Aída, una de las tres de las integrantes de Tanxugueiras, en el ciclo Así nacen las canciones de Ámbito Cultural.
Parte de esa aspiración universal y su éxito está en ir al origen, a las raíces de los países o regiones a las cuales pertenecen los artistas. La hegemonía desaparece.