El poemario ´Intentar la casa´, de Andrea López Montero
No es casualidad que la lectura del poemario Intentar la casa (Piezas azules), de Andrea López Montero, me haya llevado a una especie de temblor lejano, habitado ya por otra memoria, la de Luis Rosales. Y es que, antes de deslizarnos entre el latido de las ventanas de este libro, ya el título, ese verbo que mira hacia la palabra precisa, conduce directamente a la piel de La casa encendida. Al abrirlo, ¿a quién cita Andrea en la primera página?, al mismo Rosales.
Habitaciones que se derrumban, pero también sombras que acaban iluminándose de nuevo y ese puente perfecto entre el dolor y la ausencia. La sintaxis de «volver es siempre y nunca es irse», de «existe la posibilidad, existe la casa» reconduce hacia una afinación de las imágenes muy bien alimentada. Andrea es capaz de mostrarnos personas habitables, brújulas que caminan entre la niebla de los propios hogares. Toda una estructura encerrada en un viaje orbicular que contempla el paso del tiempo… pero también la grieta del propio movimiento, el desgarro de no buscar un escondite para las emociones.
Andrea ha construido en este primer libro que publica un abrigo tejido con el frío de la hoguera apagada, con voces metálicas y también domésticas… y con todas las tonalidades que parpadean en la inocencia y en la verdad. Cuatro partes nos marca en este debut poético: desaparecer, estar, ser, hoy. Y un campo semántico con palabras llenas de gravedad. « […] el espejo que crece amarillo debajo de la piel y lo enferma todo… Este azul saturado, esta sangre equivocada que lo tiñe todo».
La fiebre inteligente de esta prosa poética se va filtrando a lo largo del libro como si tuviera una función específica: la de sobrevolar el tejado con un afán purificador. La descomposición de la enfermedad en un espacio físico concreto para después parpadear en la caricia, en el refugio de la rutina y los afectos cercanos, “los otros”. Y paralelamente a este miedo caducado, a esta «luz asustada», esta poeta hace crecer en el libro un universo de ilustraciones propias. Amarillos, azules que nos invitan a la misma sensación inicial de derrumbe, de los surcos del tiempo y de silencio entre las ramas, las habitaciones… y hasta los propios huesos.
Al igual que en el itinerario marcado por Luis Rosales en esa casa encendida: Si el corazón perdiera su cimiento,/y vibraran la tierra y la madera,/del bosque de la sangre, y se sintiera/ en tu carne un pequeño movimiento […], Andrea nos sacude con su todo pasa y todo vuelve. Un hueco entre los versos y el magnífico trazo de sus imágenes, un poemario que combate interiormente sus emociones para después buscar márgenes en la sanación.
Un auténtico regalo acercarse al pensamiento enredado en sus versos... a estas páginas que se “desduelen” en la penumbra de lo transparente.