Cuando Francisco Umbral convirtió el desencanto en el aliado de su futuro
Noventa años cumpliría este 11 de mayo de 2022 Francisco Umbral. El escritor y periodista criado en Valladolid y fallecido en 2007 que quería registrar la vida como una sucesión de cuadros impresionistas al estilo de su admirado Ramón Gómez de la Serna.
Ese es el enfoque que trazó el ciclo Sintonías literarias de Ámbito Cultural en Callao, Madrid, en la lectura dramatizada de La noche que llegué al Café Gijón, el relato donde Umbral cuenta su arribo a Madrid, su deslumbramiento con mundillo cultural y literario y sus sueños de convertirse en un gran escritor. Bajo la dramaturgia de Sara G. Romero y las interpretaciones de Mario Hernández y José Fernández, la obra evoca, con admiración y humor, al Umbral del imaginario colectivo del que él mismo dejó constancia en este libro de 1977.
La lectura empieza en 1960 con la llegada a Madrid del novelista, poeta, periodista, ensayista y biógrafo que se convertiría en uno de los autores españoles más prolíficos de la segunda mitad del siglo XX, con más de un centenar de títulos. Una carrera que le valió en el año 2000 el Premio Miguel de Cervantes.
Estas Sintonías literarias dan cuenta de cómo vida, literatura y sueño se funden en Francisco Umbral (Madrid, 1982 - Boadilla del Monte, 2007). De su talento para convertir lo corriente y cotidiano en algo que merece la pena ser visto y vivido. Sara G. Romero muestra con gracia detalles, movimientos, pruebas de los cinco sentidos en los textos literarios y periodísticos de un Umbral siempre al borde de ahogarse como narciso ante el hechizo de sus propias palabras.
En el escenario dos micrófonos delante de una pantalla. Tras la sintonía de las señales horarias de la radio, y el anuncio luminoso “En el aire”, un hombre de bufanda blanca y voz rápida (Mario Hernández):
-Buenas tardes, señoras y señores, permítanme la mera formalidad de presentarme: Soy Francisco Umbral. Yo escribo muy bien, escribo fetén. Pero lo que es vocalizar… Es lo único que hago mal… Permítanme que vaya abandonando esta voz… Es una mera formalidad puesto que de sobra saben ustedes quién soy. No solo por ser el escritor consagrado que, evidentemente, soy, sino porque lo pone en el programa. Ya sabían ustedes a qué venían aquí. Ahora es cuando deben aplaudir.
Y, como el mismo juego de espejos del Café Gijón a donde llega, aparece otro Umbral, Paco (José Fernández):
-Celebrar el libro ahora requiere de una semana y qué mejor que hacerlo contando los comienzos de un gran escritor, o sea yo.
Entre Francisco Umbral y Paco Umbral hacen bromas y empieza la lectura de La noche en que llegué la Café Gijón, mientras la pantalla proyecta una imagen del interior del café en los años sesenta:
“La primera noche que entré en el Café Gijón puede que fuese una noche de sábado. Había humo, tertulias, un nudo de gente en pie, entre la barra y las mesas, que no podía moverse en ninguna dirección, y algunas caras vagamente conocidas, famosas, populares, a las que en aquel momento no supe poner nombre. Podían ser viejas actrices, podían ser prestigiosos homosexuales, podían ser cualquier cosa. Yo había llegado a Madrid para dar una lectura de cuentos en el aula pequeña del Ateneo, traído por José Hierro, y encontré, no sé cómo, un hueco en uno de los sofás del café”.
Umbral venía de Valladolid, trabajaba en el periódico El Norte de Castilla, donde Miguel Delibes le había dado una oportunidad. Aquella noche le hubiera gusta ver entrar a Vicente Aleixandre, César González Ruano o a Camilo José Cela. Este fresco que pinta Umbral también tiene momentos de autorretrato:
“Tenía el pelo apaisado, unas gafas escasas. Yo tenía un traje de provinciano y un fular sudado que era mi punto de distinción. Yo tenía un reloj de bolsillo, unos zapatos que se habían olvidado ya de las zapaterías, y una cartera negra de cobrador de algo por las casas, y un antibiótico para las amígdalas. Yo era el último que se levantaba en las pensiones y salía a la calle sin prisas”.
Embriago de sus propias palabras, Umbral y Umbral recuerdan varios trajines a medida que desgranan frases e ideas que dejan un retrato de época:
“En la vida uno acaba siempre de contertulio único consigo mismo”.
“Se ha dicho que el español va al café huyendo de un hogar mediocre. Yo creo que el escritor español, va o ha ido o iba al café huyendo de la verdad de la literatura, que es una verdad de clase media y comedorcito heredado buscando esa nave épica, política y lírica que es el café donde él se juega cada día su prestigio de conversador, su aureola política y su biografía”.
“Hace muchísimos años que el escritor perdió su grandeza social”.
“La literatura no es solo un oficio, es una forma de vida”.
No falta la admiración de Umbral por Camino José Cela y cómo se acercó a él. Tampoco se olvida de despotricar de Baroja, de Azorín. Y se enternece cuando compra su máquina Olivetti, “que era como una pluma”. No tenía para la pensión, pero escribía:
“Con el ruido de lluvia de la máquina, con el chaparrón de las letras llenaba el silencio de la pensión, y el vació de mi vida. Había descubierto, muy temprano, que el oficio de escribir es un oficio de cenobita que solo puede llevarse a cabo en una economía rigurosa”.
Su admirado Ramón Gómez de la Serna murió en Buenos Aires el 12 de enero de 1963. Lo trajeron a Madrid. Francisco Umbral comprobó que “luchar por el nombre en España es luchar por el tópico. Nunca se llega a la gloria ni a la fama ni a nada. A lo más que se llega es al tópico”.
El entierro que recibió De la Serna afectó a Francisco Umbral:
“Para qué insistir en la literatura, me preguntaba yo. Sin esperanza ya de que la literatura fuese la salvación de nada, sino el más mediocre compromiso con la Historia. Había que empezar donde él había terminado: en el desencanto”.