Antonio Lucas: “El periodismo me ha permitido hacer la vida, pero la poesía me ha permitido crearla”
¿Qué hace un poeta en las fauces del mar? Algunos marineros españoles pasan 300 días del año en Gran Sol, esa especie de catafalco de los pescadores, en el Atlántico Norte, rumbo de Terranova. En ese lugar, donde el mar no se cansa de mostrar su verdadera naturaleza monstruosa, alejada de toda idea romántica, estuvo veintiún días el poeta español Antonio Lucas. Quería conocer, saber y sentir el lugar; una vez allí lo que quiso fue navegar hacia el verdadero corazón de los once tripulantes de la embarcación que lo acogió. Esa aventura y travesía física, emocional y existencial, la cuenta en la novela Buena mar (Alfaguara).
Antonio Lucas (Madrid, 1975) viajó hasta allí para escribir una serie de reportajes para el periódico El mundo, donde trabaja. Buscaba descubrir y contar las condiciones difíciles de faenar en ese caladero tan preciado y mítico como mortal. Con Lucas y su debut novelístico, Ámbito Cultural, de El Corte Inglés, abre la temporada de su Club de Lectura, coordinado por Rafael Caunedo, dentro de la programación especial con la cual celebra sus 25 años.
A bordo de la evocación del periodista, poeta y narrador, y de su proceso de convertir esa aventura en una obra de ficción surge este Diccionario que da cuenta del mundo literario de Antonio Lucas alrededor del mar y su debut en la novela:
Buena mar. La historia de escribir este libro es accidental. Tiene que ver con el periodismo. Desde hace unos 15 años tenía la idea de embarcarme a Gran Sol. Con unos 21 años leí en la universidad Gran Sol, de Ignacio Aldecoa, y, como todo posadolescente que lee algo que le sobrecoge, quiere emular esa historia. Me propuse un día hacer Gran Sol, sin saber qué era más allá de la novela de Aldecoa, ni conocer las dificultades o impliaciones del viaje, ni todos los peligros que aloja.
Pasaron 23 años y, un día, comiendo con un gran amigo, Manuel Villanueva de Castro, hijo de marinero en Gran Sol, hermano de marinero en Gran Sol, gallego, de Marín, Pontevedra, donde está la parte importante de la flota de Gran Sol, de los arrastreros que hacen ese mar infame, yo le preguntaba por las aventuras de su padre en el Atlántico Norte, que vive y tiene 96 años. Me habló entonces de su hermano Agustín. Me asombró mucho porque no había oído hablar de él, falleció en 1986, en su primera marea en Gran Sol, por tratar de salvar a su mejor amigo que trabajaba en las máquinas. Con dos licores de café, envalentonado, le dije a Manuel: “Voy a hacer el mismo viaje que tu hermano”. Siete meses después, estaba embarcando en el Carrumeiro, en el puerto irlandés de Castletownbere, donde murió el hermano de mi amigo. Partimos con una marinería de once tripulantes, seis africanos y cinco gallegos. Y yo.
Escritura. No me fue difícil escribir la novela. La escribí con bastante gozo. Traía todo el material ya hecho, solo faltaba ordenarlo, darle un sentido, darle una voz y lanzarlo.
Familia marinera. Se cimenta en echar de menos. Echar de menos es el ejercicio, la gimnasia de los hijos, las mujeres, las madres, los padres de los marineros. Echar de menos también es el ejercicio de ellos, pero desde tierra las cosas suelen ser más inquietantes.
Ficción-Periodismo. Hice el libro porque me di cuenta que, tras los seis reportajes, el periodismo no alcanzaba a llegar hasta la parte emocional. Como periodista puedes ir a los sitios y ver, mirar. Ahora, cuando estalló la guerra con Ucrania, me enviaron hasta la frontera, estuve en un campo de refugiados. Todo lo que viví allí y sentí cuando te ponían los críos encima no puede ir en una crónica, o puede ir, pero como una pincelada. Con la experiencia de Gran Sol el periodismo no me permitía contar algo fundamental para que se enterase la gente de que existen esos hombres, los invisibles del mar, la parte emocional. Cuando quedaba con amigos me preguntaban cosas del viaje, una y otra vez, y mi mujer, me dijo un día: “¿Te das cuenta que no te has bajado del barco? ¿Que llevas meses sin parar de hablar de ellos? Te falta algo”. Y me faltaba contar a esos hombres por dentro, no la aventura, sino esa mecánica orgánica de estos seres, la sensación de ser ellos mismos, su propio desconcierto, interrogación, su propia pregunta sin cerrar… Eso solo me lo podía dar la literatura.
Gran Sol. Está en el Atlántico Norte, entre los paralelos 48 y 60, camino de Terranova. Es el peor caladero del mundo, un lugar peligrosísimo, un agua infame, un territorio que desaloja cualquier ánimo de nada. Es un catafalco porque allí están todos los muertos de los marineros que faenan.
Mar. El mar no es un lugar habitable, y menos Gran Sol. Es un mar negro que te hace saber que no te quiere, es un mar que te humilla, que te ofende, que te arroja fuera, que te mantiene siempre en alerta. Es un territorio donde solo se duerme tres horas al día de seguido. El mar es un hijo de puta. Es un monstruo terrible.
Narrador. A Mauro, el narrador de Buena mar, lo creé porque necesitaba una cámara de aire en mis emociones cruzadas, para que no fuese otra vez el reportaje.
Poesía. Me ha ayudado mucho en todo, más que el periodismo. El periodismo me ha permitido hacer la vida, pero la poesía me ha permitido crearla. He hecho una vida a partir de la poesía y de los poemas. No quería que Buena mar fuese la novela de un poeta.
Vida marinera. Estuvimos 21 días en el Carrumeiro. No conocía nada. Lo fui descubriendo al compás, desde la suspicacia de los marineros hasta la hermandad entre ellos. Lo que traje, además de los reportajes del periódico y este libro, fue una familia inesperada, gente a la que sigo viendo, voy a Galicia cada tres meses, o a despedirlos a puerto cuando se van o a recibirlos
al puerto de Vigo.